Unca bermeja y otros poemas

Autor
J. C. Bustriazo Ortiz
Año:
2006

Aproximaciones a la Unca [de los posfacios].

Entre la amistad y el retorno de los espectros personales,

por María Teresa Andruetto

Entre la tradición y la vanguardia, Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1) (Santa Rosa de Toay -actualmente Santa Rosa, ciudad- capital de La Pampa-, 1929), crece como una flor poco menos que sola en la poesía de su provincia y como una extraña expresión de lirismo y experimentación en la poesía de Argentina y Latinoamérica. De circulación completamente subterránea hasta no hace muchos años, pero con un prestigio mítico, la obra de Bustriazo empieza a ser conocida más allá de su provincia, gracias a personas como Dora Battistón (durante cierto tiempo también su albacea), Cristian Aliaga, Miguel de la Cruz, Juan Carlos Pumilla, Carla Rivara y Sergio De Matteo y hasta que publicaciones como La Danza del Ratón, Alguien Llama, Diario de Poesía o Museo Salvaje empiezan a publicar sus poemas.

Hijo de un policía, el Penca Bustriazo siguió a su padre en los traslados familiares por el deshabitado oeste pampeano y fue telegrafista (oficio al que le adjudica importancia central en su percepción de la música y el ritmo poéticos) en Puelches. Ha escrito más de setenta libros, de los que sólo seis fueron editados (Elegías de la piedra que canta, 1969; Aura de estilo, 1970; Unca bermeja, 1984; Los poemas puelches / QuetralesCantos del añorante, 1991 y Libro del Ghenpín, 2004), en los que se puede diferenciar tres etapas: una primera (1954-1969) que corresponde al cancionero y se caracteriza por la intención de cantarle a la región y por el uso de los esquemas métricos tradicionales (estilos, zambas, milongas), una segunda etapa de transición (1969-1970) donde abandona el esquema fijo de la canción, y la tercera (1970-1987) en la que se repliega en Santa Rosa mientras su poesía se abre, también podríamos decir se rompe, en múltiples formas de experimentación.


Itinerante por los pueblos pampeanos, ejerciendo diversos oficios, J.C. Bustriazo Ortiz fue derivando vida y hacer hacia la poesía. La originalidad de su voz, su sentido de la musicalidad y el afán de exploración con el lenguaje a partir de líneas de la poesía popular, lo convierten en un poeta de gran luminosidad, una figura extraña -absolutamente atípica- en el panorama de la poesía de su país, desvinculado de un contacto personal con otros grandes poetas de su tiempo y con los grandes movimientos poéticos y al mismo tiempo receptor, heredero y promotor de todo ello.


Cuando su poesía da -hacia 1970- un salto desde lo folclórico, las letras para ser cantadas y la sujeción a las formas clásicas, hacia lo urbano, la experimentación y las preocupaciones de la vanguardia, las formas y los tonos se vuelven más intensos, se enfatiza lo lírico y es más compleja su concepción del mundo y menos realista su visión del hombre y del paisaje. Bustriazo pierde, o mejor olvida, los esquemas fijos de la lírica, mantiene y exacerba una alta intensidad rítmica (una de las características más potentes de su poesía), y sus poemas, ahora autónomos, se despliegan en imágenes. En esta última etapa, su mundo gira ya de un modo definitivo en torno a Santa Rosa, sus calles, sus boliches y peñas (San Cayetano, Corü Hue, Camarüco, Temple del Diablo, muchas veces citados al pie de sus poemas como el lugar donde se produjo la visión), viejas casonas de la ciudad o sus alrededores, mundo nocturno de la bohemia provincial, donde encuentra a sus criaturas, oscilando sobre la marginalidad, y con ellas muestra (y se muestra en) soledad, demencia, decadencia.


Poeta nocturno, de extramuros, Bustriazo da importancia a lo cíclico, la celebración de la amistad, lo sobrenatural que roza hasta a las criaturas más sumergidas y las capas más míseras de la condición humana, lo agónico y lo elegíaco, el tiempo que corre pavoroso, la desolación de la memoria, el efecto que produce la decrepitud, el retorno de los espectros personales, el gusto por lo arqueológico, la presencia de la mujer como orden cósmico y el amor que se define por su ausencia, todo lo cual lo liga a la lírica universal, sin que por eso deje de jamás de permanecer tan fuertemente situado en su geografía y en su tiempo.


Este poeta dionisíaco que dice escribir atento al dictado, en estado de trance o como producto del sueño o del alcohol y se acerca a la experiencia mística (en una percepción del destino próxima a la cosmovisión mapuche, que deja ver sin embargo en las fisuras la ausencia de Dios, la omnipresencia de la muerte, y la permanencia del deseo como lo único que justifica la vida de los hombres), nos ha entregado un lirismo que no se parece al de ninguno y que encuentra al mismo tiempo afinidades con Lamborghini, con Girondo, los neorrománticos, el cancionero popular, el melodrama, la gauchesca y la poesía clásica. Lirismo que ha permanecido subterráneo en buena parte por los injustos modos de circulación de la poesía en Argentina y por la dificultad de encontrar espacios de validación que permitan a la obra de un poeta excepcional salirse del coto regional.

 

(1). Bibliografía consultada: Alguien llama, carpetas de poesía argentina, Año VII Nro 11, febrero 1999. Villa María, Córdoba (editor Alejandro Schmidt); Diario de poesía, Año 18 Nro. 66, diciembre 2003 a marzo 2004. Buenos Aires (nota: Daniel Freidemberg); Museo salvaje / revista cultural. Santa Rosa, otoño 2005, Año VII Nro 15 (Unca bermeja o la sinfonía del lenguaje: Carlos Juárez Aldazábal); Canto quetral. La poesía de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Cuadernillo del Grupo de la neurona poseída, Santa Rosa, 2004; El mundo poético de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Dora Delia Battistón Martino. Caldenia. Santa Rosa, domingo 30 de agosto de 1987; Bustriazo Ortiz. Los diálogos de un poeta con los vientos y los caminos, Carla Valentina Rivara, inédito, sin fechar; Libro del Ghenpín, prólogo de Norma H. Durango / Vicegobernadora de La Pampa, y de Dora Battistón, Cámara de Diputados de la Provincia de La Pampa, Santa Rosa, 2004.

Señales

por Emanuel Rodríguez

 

 

“Puede venir la sombra tuya / a sonreírme que no vuelves / la sombra tuya como una garza / bajo el poniente despellejado”. Hay un poema de Juan Carlos Bustriazo Ortíz que demuestra para siempre que el lenguaje, la naturaleza, la belleza y el amor se atraen como si alguna vez hubieran sido parte de una única materia. Hay un poema de Juan Carlos Bustriazo Ortíz que busca en el delicado límite del barroco la expresión de la música intraducible de la llanura. Unca Bermeja espera, en una edición económica del sello chileno Intemperie, la lectura inagotable de su lengua ansiosa. “Oh mi dormida entre mis brazos / cuántos siglos que no teníate”. La experimentación con la enclisis (el pronombre ubicado al final del verbo: “cáeme la luna de las derrotas”) deviene en un juego solemne y encantador: la acción precede al objeto, y entonces la prioridad recae en amar y no en lo que se ama, en tener y no en lo que se tiene. “Una vez fuiste una fogata / fuísteme un sol como un desvarío”. El erotismo panteísta de Bustriazo Ortíz destina a sus paisajes momentos de potente originalidad, y el motivo eterno de la poesía retoza en estos versos sus versión más libre: la mujer es el mundo en Unca Bermeja, incluso en el desgarrado intervalo dedicado a la tumba de un perro, donde la ternura de los diminutivos parece esconder un secreto sobre la naturaleza del amor: “encontrarélo acostadito / y sus huesos de veinte lunas / alumbraránme con luciérnagas? / ay el Corbata bayito y loco / con su garganta entreblanquita!”. Y más tarde: “puedes venirme como una perra / a deshilacharme las miradas / tan cuidadosa como la muerte / oh tan y amándote la cuchilla / la llamarada de tus colmillos…”.

 

Porque este libro es para tu boca

 

Como los mejores poemas, Unca Bermeja es infinito y es también una melodía intensa, conmovedora. Un canto de amor que desdibuja un paisaje y lo vuelve a dibujar, a cada pincelada más hermoso. Son 20 composiciones de 20 versos y la última comienza así: “porque mentí desde los umbrales / porque este libro es para tu boca”. La mujer es el mundo, el mundo es despiadadamente bello, y la belleza nace de un desgarro, de cierta decrepitud. El llamado a la mujer es un ejemplo de esto: “ay mi casada de tornasoles / mi algarroba de treinta sombras”, “mi descaderada chilca augusta”, “mi amamantada de la luna” (¿qué, oh Juan Carlos, se hace con un verso como éste?) “mi cepa de la noche canela”. Y más tarde: “y ahora estás para vos sola / con tu sonrisa contra el mundo / cáeme la noche desvencijada / déjame más un ay yaciéndote”. La complejidad de la frase parece fortalecer la seducción de los versos, la potencia del desgarro.

Durante el anochecer de un 28 de mayo, en Santa Rosa, La Pampa, Juan Carlos Bustriazo Ortíz escribió: “porque este libro es para tu boca / mi tenida de luna en luna / mi arrimada de siesta en siesta / vos estaráste en él mi quejona / hasta saber que érate tuyo”. El poema parece terminar unos versos más adelante. Parece.

Unca Bermeja y otros poemas (Intemperie, 2006) incluye, además del poema que entusiasmó tanto las entradas de arriba, otras composiciones de Juan Carlos Bustriazo Ortíz, poeta pampeano cuya obra circuló en un cariñoso secreto hasta que hacia fines del año pasado la edición de este libro y una serie de notas periodísticas llamaron la atención sobre una obra imprescindible. La mayor parte de la poesía de Bustriazo Ortíz permanece inédita y la disponibilidad de este poemario en las calles de Córdoba es motivo de, por lo menos, un brindis en honor de las palabras que nos conmueven. El libro incluye poemas experimentales de una sensibilidad exuberante. Hacia el final de balada arcaica, dice: “no me prendas la flor del exterminio con tu boca antañera tras tu boca no me prendas la flor del exterminio en amor de tu sombra sonadora no me prendas la flor del exterminio!”. Y en tan huesolita que te ibas: “tan envidiada de qué sombras la tierra ardía huesolita / la siesta ardía melodiosa tan como ibas tu sonrisa era / una piedra arrobadora y era otra piedra mi costilla / dulcequeamarga solasola cuajada de alta pederería…”. El enriquecedor vocabulario de Juan Carlos Bustriazo Ortíz pone a jugar un entusiasmo vertical, abre un abanico esplendoroso de palabras que hacen magia “desde no sé qué escalofrío y en el disturbio de los ojos”.


La voz del Interior, Córdoba, 25 de febrero, 2007.

(www.lavoz.com.ar/suplementos/temas/07/02/25/nota.asp?nota_id=47401)

Una mesa para Bustriazo Ortiz

por Guillermo Daghero

“Mi testa de bardo ensimismado melodioso”

por Sergio De Matteo


Escribió Raúl Gustavo Aguirre en la revista Poesía Buenos Aires que: “Todo poema propone una poética, en tanto es su realización”. Si el poeta no creyera en el cumplimento de esa ley estaría tergiversando el mecanismo intrínseco que mueve dicho motor. Se empieza con un poema y ya se configura en la mente del autor una obra que explique y dé cuenta de su visión del mundo; entonces inicia el trazado de una poética, de un estilo. El pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz ha concebido una obra que responde a dicho mandato y se denomina Canto Quetral. En los pocos libros publicados —de una obra monumental de más de 70 títulos— se puede observar el trabajo meticuloso de y sobre cada palabra, de cada verso, de cada poema, y en el cuidado de corrección de esas partes que, en definitiva, se cierra con ese nombramiento que responde a un todo: el fuego —quetral— encendido en el poeta y transmitido al lector y que quema como aquella afirmación hecha por Dionisio: “el arte es el ardor del alma”. Llama que se ha ido potenciando todavía más al darse esa imbricación de obra y autor, incluso el mito de Bustriazo ha trascendido tanto que a veces se adelantó al propio influjo que ocasiona la lectura de su poesía. No cabe duda que su capacidad creativa responde al anatema planteado por otro “desesperado” de la vida, Vincent van Gogh, que escribiera: “Yo siento en mí un fuego que no puedo dejar extinguir, que, al contrario, debo atizar, aunque no sepa hacia qué salida esto va a conducirme. No me asombraría de que esta salida fuese sombría. Pero en ciertas situaciones vale más ser vencido que vencedor, por ejemplo, más bien Prometeo que Júpiter.”

Los poetas, críticos y lectores de la obra publicada de Bustriazo Ortiz hablamos y escribimos sobre fragmentos de una gran constelación, debido a que la mayor parte de su obra permanece todavía inédita. Por lo tanto es imposible arriesgar una visión acabada del proyecto poético de Bustriazo; sólo podemos exponer ciertas líneas, ciertos matices en torno a lo poco que se conoce de su producción simbólica.

Refiere la profesora Dora Battistón: “Una rápida lectura de los títulos ya indica las dos vertientes fundamentales de este poemario: a) la expresión de raíz nativa y forma tradicional, y b) la elaboración personal de los motivos de la lírica de todos los tiempos.” La Licenciada Carla Rivara señala, reponiendo una lectura de Dora Battistón, que “pueden diferenciarse tres etapas: la primer etapa corresponde al Cancionero (1954-1969), caracterizada por la intención de cantarle a la región y de utilizar los esquemas métricos que ya estaban dados por la tradición: estilos, zambas y milongas. La segunda etapa es de transición (1969-1970) donde sigue con los ámbitos rurales tan identificados con su espíritu, pero los versos dejan el esquema fijo de la canción. La tercer etapa (1970-1987) en la que se reduce y se encierra en Santa Rosa, su ciudad natal. Sus poemas van a desplegarse como multifacéticos espejos en torno a estas calles.”2

Bustriazo cuenta que sus textos han sido escritos bajo un influjo mágico, una inspiración que aparece repentinamente, pero que sólo es posible encenderla ante la reiterada búsqueda y práctica de la lectura, de los homenajes a la musa, a la “diosa blanca”, al dios del vino. “Un estado de trance inexplicable” confía el poeta, y ese tembladeral deja como marca, herencia, una obra insoslayable, extraordinaria: “Yo sentí que me llegaba de arriba, es todo extraño, como si alguien lo dictara.” Olga Orozco, citando a Gastón Bachelard, señalaba que el tiempo de la poesía acontecía de forma vertical. Roberto Juarroz ha denominado a su obra Poesía Vertical. El crítico Roland Barthes escribió en El grado cero de la escritura: “el estilo tiene una dimensión vertical, se hunde en el recuerdo cerrado de la persona, compone su opacidad a partir de cierta experiencia de la materia; el estilo no es sino metáfora; es decir, ecuación entre la intención literaria y la estructura carnal del autor.”3 Y con maestría el poeta Cristian Aliaga revela: “la verdadera caída es hacia arriba”.

“Labro joya oscura” apuntó Bustriazo Ortiz, y trabaja con su pericia de arqueólogo sobre cada poema como si fuera una piedra, una moneda a la que se debe bosquejar las caras, donde será posible hallar, posiblemente, la fulguración de la palabra poética. En cada una de las piezas que componen esa joya se transparenta la región que ha recorrido como pocos, y que le fue sumando a su producción poética cada uno de los elementos que formaban parte de la fauna y flora de mediados del siglo XX, a escasas décadas que a los indígenas le fueran arrebatadas sus tierras y casi se extinguieran las milenarias culturas: “Y sus caminos me hablaron / con sus palabras antiguas.” La voz del poeta retoma ese derrotero y los incorpora en la celebración de su rito: palabras, imágenes, atmósferas, léxico, nombres, y van derramándose en la ingeniosa estructura de cada uno de los libros conocidos. Colección de objetos —devenidos en lengua y estilo— que con leves desplazamientos mutan su peso histórico y se insertan en la actualidad del bardo que los convoca.

También irrumpe con una fuerza avasalladora el canto hacia la mujer, desvelo del corazón y del pensamiento de Bustriazo; fuego que jamás dejó de alimentar su voz, pergeñando una erótica de la palabra. En ese sentido agrega el poeta salteño Juárez Aldazábal: “el mundo de sus poemas es la mujer. Ella es la calandria, la cardenala que se recrea con un color gredoso que recuerda el mito adánico del barro primigenio. Y esto es así porque Bustriazo recrea en sus poemas el horizonte cercano de un cuerpo jadeante, un cuerpo que se explora en la palabra viva que el poeta conduce eróticamente.”4 Y el mismo Bustriazo responde: “El erotismo está mucho en mi obra, la sexualidad humana, tiene una fuerza omnipotente.”

Bustriazo Ortiz ha logrado amalgamar en su poesía parte del lenguaje heredado de los pueblos originarios y la lengua española. Su búsqueda no se quedó en esa rica mixtura en donde confluyen símbolos y mitos de las culturas dominantes y dominadas de la región pampeana, sino que su pluma estuvo pronta para cantar también a los aztecas, mayas-quichés, teocallis o a los egipcios. Incluso cuando la lengua legitimada no le alcanzó para decir, para nombrar, la fue enriqueciendo con un ideolecto inimitable: “Transmitía a mis poemas todo lo que yo podía desear, eligiendo las palabras con minuciosidad, creando los neologismos, porque a veces una palabra no va y otra tampoco, el neologismo me solucionaba el problema”.

Territorio de palabras es el poema, yuxtaposición de imágenes, proceso aleatorio de signos, creación y recreación de símbolos, un vínculo que busca trascender la misma operación de escritura y parte, abandona su lugar pasivo, y se derrama ante la lectura del otro: busca siempre una correspondencia esencial entre los hombres, un religar. Porque los signos y símbolos utilizados por el escriba es una de las pruebas auténticas de que el lenguaje es un medio de tratar con lo indecible y lo arcano. Y Bustriazo arriesga: :”Yo me limito a crear el poema. Me vienen todas esas cosas del conocimiento a la palabra escrita. ¡Ah! la palabra humana, del poeta, del creador que es el artista. Es misterioso el acto de la inspiración poética.” La palabra operaría, entonces, como una prolongación del cuerpo y del alma del poeta, es un entrañamiento desde el fondo de uno mismo que incorpora y se funde con su semejante. Esa es la tarea primordial: reconciliar al hombre consigo mismo; ampliar sus límites, bucear en lo desconocido, haciéndose vidente, si es posible, como propusiera en su famosa carta Arthur Rimbaud, y confundirse a través de la palabra con el otro. La palabra con la que trabaja el poeta es la construcción de un camino: el de la propia poesía, única e inefable, y que, además, constituye una de las tantas oportunidades de conocimiento, de tantear de nuevo el sortilegio primitivo que conlleva el verbo, sería, pues, la fundación de la casa del ser —según Heidegger—, la belleza-verdad —conforme a John Keats—, la intemperie sin fin —agregará Juanele Ortiz— y este Bustriazo, transmutado en la voz que sabe de embrujos e inspiraciones, dirá “soy el ghenpín: ordenósle hacer la magia.”

Distintas generaciones de escritores le rinden constantemente homenaje a este poeta desconocido para la industria cultural. Se llama Juan Carlos Bustriazo Ortiz, el penca, Juanllanca, el piedra Juan, el Flamenco Bustriz y vive en La Pampa, en la Patagonia-Argentina, “tierra adentro”. Poeta con mayúsculas, valorado y apreciado por sus cómplices lectores. Que a partir de ahora, que es suyo, volará más alto y más lejos, pero siempre indócil como el fuego, como su propio quetral.


1. Dora Battistón. “El mundo poético de Juan Carlos Bustriazo Ortiz” (nota I), en suplemento cultural “Caldenia”, diario La Arena, domingo 16 de agosto de 1987, p. 26.

2. Carla Rivara. “Bustriazo Ortiz: Los diálogos de un poeta con los vientos y los caminos”, en revista Museo Salvaje N° 13, noviembre de 2004, Santa Rosa, La Pampa, p. 8. Las citas subsiguientes corresponden al mismo artículo.

3. Roland Barthes. El grado cero de la escritura, Siglo XXI Editores, México, 1999, pp. 19-20. Traducción: Nicolás Rosa.

4. Carlos Juárez Aldazábal. “Unca Bermeja o la sinfonía del lenguaje”, en revista Museo Salvaje N° 15, otoño de 2005, Santa Rosa, La Pampa, p. 12.