Aproximaciones a la Unca [de los posfacios].
Entre la amistad y el retorno de los espectros personales,
por María Teresa Andruetto
Entre la tradición y la vanguardia, Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1) (Santa Rosa de Toay -actualmente Santa Rosa, ciudad- capital de La Pampa-, 1929), crece como una flor poco menos que sola en la poesía de su provincia y como una extraña expresión de lirismo y experimentación en la poesía de Argentina y Latinoamérica. De circulación completamente subterránea hasta no hace muchos años, pero con un prestigio mítico, la obra de Bustriazo empieza a ser conocida más allá de su provincia, gracias a personas como Dora Battistón (durante cierto tiempo también su albacea), Cristian Aliaga, Miguel de la Cruz, Juan Carlos Pumilla, Carla Rivara y Sergio De Matteo y hasta que publicaciones como La Danza del Ratón, Alguien Llama, Diario de Poesía o Museo Salvaje empiezan a publicar sus poemas.
Hijo de un policía, el Penca Bustriazo siguió a su padre en los traslados familiares por el deshabitado oeste pampeano y fue telegrafista (oficio al que le adjudica importancia central en su percepción de la música y el ritmo poéticos) en Puelches. Ha escrito más de setenta libros, de los que sólo seis fueron editados (Elegías de la piedra que canta, 1969; Aura de estilo, 1970; Unca bermeja, 1984; Los poemas puelches / Quetrales. Cantos del añorante, 1991 y Libro del Ghenpín, 2004), en los que se puede diferenciar tres etapas: una primera (1954-1969) que corresponde al cancionero y se caracteriza por la intención de cantarle a la región y por el uso de los esquemas métricos tradicionales (estilos, zambas, milongas), una segunda etapa de transición (1969-1970) donde abandona el esquema fijo de la canción, y la tercera (1970-1987) en la que se repliega en Santa Rosa mientras su poesía se abre, también podríamos decir se rompe, en múltiples formas de experimentación.
Itinerante por los pueblos pampeanos, ejerciendo diversos oficios, J.C. Bustriazo Ortiz fue derivando vida y hacer hacia la poesía. La originalidad de su voz, su sentido de la musicalidad y el afán de exploración con el lenguaje a partir de líneas de la poesía popular, lo convierten en un poeta de gran luminosidad, una figura extraña -absolutamente atípica- en el panorama de la poesía de su país, desvinculado de un contacto personal con otros grandes poetas de su tiempo y con los grandes movimientos poéticos y al mismo tiempo receptor, heredero y promotor de todo ello.
Cuando su poesía da -hacia 1970- un salto desde lo folclórico, las letras para ser cantadas y la sujeción a las formas clásicas, hacia lo urbano, la experimentación y las preocupaciones de la vanguardia, las formas y los tonos se vuelven más intensos, se enfatiza lo lírico y es más compleja su concepción del mundo y menos realista su visión del hombre y del paisaje. Bustriazo pierde, o mejor olvida, los esquemas fijos de la lírica, mantiene y exacerba una alta intensidad rítmica (una de las características más potentes de su poesía), y sus poemas, ahora autónomos, se despliegan en imágenes. En esta última etapa, su mundo gira ya de un modo definitivo en torno a Santa Rosa, sus calles, sus boliches y peñas (San Cayetano, Corü Hue, Camarüco, Temple del Diablo, muchas veces citados al pie de sus poemas como el lugar donde se produjo la visión), viejas casonas de la ciudad o sus alrededores, mundo nocturno de la bohemia provincial, donde encuentra a sus criaturas, oscilando sobre la marginalidad, y con ellas muestra (y se muestra en) soledad, demencia, decadencia.
Poeta nocturno, de extramuros, Bustriazo da importancia a lo cíclico, la celebración de la amistad, lo sobrenatural que roza hasta a las criaturas más sumergidas y las capas más míseras de la condición humana, lo agónico y lo elegíaco, el tiempo que corre pavoroso, la desolación de la memoria, el efecto que produce la decrepitud, el retorno de los espectros personales, el gusto por lo arqueológico, la presencia de la mujer como orden cósmico y el amor que se define por su ausencia, todo lo cual lo liga a la lírica universal, sin que por eso deje de jamás de permanecer tan fuertemente situado en su geografía y en su tiempo.
Este poeta dionisíaco que dice escribir atento al dictado, en estado de trance o como producto del sueño o del alcohol y se acerca a la experiencia mística (en una percepción del destino próxima a la cosmovisión mapuche, que deja ver sin embargo en las fisuras la ausencia de Dios, la omnipresencia de la muerte, y la permanencia del deseo como lo único que justifica la vida de los hombres), nos ha entregado un lirismo que no se parece al de ninguno y que encuentra al mismo tiempo afinidades con Lamborghini, con Girondo, los neorrománticos, el cancionero popular, el melodrama, la gauchesca y la poesía clásica. Lirismo que ha permanecido subterráneo en buena parte por los injustos modos de circulación de la poesía en Argentina y por la dificultad de encontrar espacios de validación que permitan a la obra de un poeta excepcional salirse del coto regional.
(1). Bibliografía consultada: Alguien llama, carpetas de poesía argentina, Año VII Nro 11, febrero 1999. Villa María, Córdoba (editor Alejandro Schmidt); Diario de poesía, Año 18 Nro. 66, diciembre 2003 a marzo 2004. Buenos Aires (nota: Daniel Freidemberg); Museo salvaje / revista cultural. Santa Rosa, otoño 2005, Año VII Nro 15 (Unca bermeja o la sinfonía del lenguaje: Carlos Juárez Aldazábal); Canto quetral. La poesía de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Cuadernillo del Grupo de la neurona poseída, Santa Rosa, 2004; El mundo poético de Juan Carlos Bustriazo Ortiz. Dora Delia Battistón Martino. Caldenia. Santa Rosa, domingo 30 de agosto de 1987; Bustriazo Ortiz. Los diálogos de un poeta con los vientos y los caminos, Carla Valentina Rivara, inédito, sin fechar; Libro del Ghenpín, prólogo de Norma H. Durango / Vicegobernadora de La Pampa, y de Dora Battistón, Cámara de Diputados de la Provincia de La Pampa, Santa Rosa, 2004.