No insista, carajo / tra(u)ma a(u)stral

Autor
andr´s ajens et al.
Año:
2004

EN EL ENTRETIEMPO

del juego, ni dentro ni fuera de juego y a la vez (es la propia “interioridad” y “exterioridad” del juego lo que desde ya habrá estado en vilo, esto es, a su modo, en juego) “dentro” y “fuera”, una memoranticipancia — sea cual sea por demás la contextura de su ‘soporte’, hoja o pantalla, película cutánea o cinemática, lienzos, celulares tejidos, tímpanos —, ni para ver ni para recitar, por más que a ratos se dé también a ver y a declamar, comarca y humorifica (erotiza, al franco decir) dado y data, don y dosis, y aun la policroma, polítima comarca.

ni productiva ni reproductiva, muy menos sacrificiera, humoromía tal liquida de entrada ‘humorismo’ y ‘humorada’ sin más, de copla y/o Gran Poesía (latín humor, genio y afección del espíritu, líquido elemento: la tesis humoral de la antigua medicación hipocrático-galena suponía que las húmedas mucosidades y fluidos de un ser vivo, sus humores, predisponían el estado de ánima y/o alma del mismo), parodia e ironía des/identificatorias inclusas.

liquidación tal, sin contable residuo ni rédito editable, todo lo trastorna, empero, comenzando por la totalidad del todo y de sí, su oximonórico cuerpo espiritual, y/o de alter, tal neutro y jugado abra, comenzando por las datas (comenzando por tales meridianas dadas: “20. Jänner”, “1492”, “11” de septiembres y (y demás variaciones del dar y de (lo) dado, comenzando por la tropicidad misma o trastorno (del juego) en juego, comenzando por una lectoescritura nomás como transfert. ¿humorificación entreveraz? en vilo de la identificación y de ferencias.

un entretiempo roza su fin sin tocar nada a cambio (a ratos a nada huele ni a nada sabe, pero de cierto no es nada ni menos sin más anonada; en la retórica entrenada, tecnológica desazonante, entre-nada: ¿más y menos que una gota de amargo de angosturas en el mar de frases a armar y a desarmar ante(s de) la conveniente istorial marejada?). un colapso despunta — aguayo y saya. pues,

si la pantalla lo soporta todo, el resto, lo insoportable dado, muerte y vida, (es) poesía.

a.a.

[de la solapa]

Aproximaciones del carajo.

No presentación de: andr´s ajens, et al, no insista, carajo

por Jorge Guzmán

¿Por qué me tratan, digo yo, por qué me tratan así? Yo soy un honesto ex académico. No merezco que se me prohiban cosas importantes, y ¡en esos términos! Y un poco adelante, se agrega que “no tiene objeto”. ¿Cómo no va a tener? Porque, digo yo, si no puedo juntar tanta cosa como se mete entre las tapas de este libro de tan pocas líneas y páginas, y darle un sentido, señor, un sentido que no tenga yo que ir a buscar por los alrededores de lo que leo y en el proceso se me desorganice mi mundo, pierda su centro, se me desnorte. Si no puedo hacer eso ¿qué se me hace la literatura, mire? Vea, que al final el propio libro me dice que sí, que puedo insistir, porque algunos alfileres sujetan la cosa, los “alii”, aquellos otros responsables del libro: está una fotografía de La Moneda en llamas y me regocija, me tranquiliza, encontrar nombres que he oído antes y sé que están en la historia de la literatura (por ejemplo, Celan y Verlaine, y J. L. Martínez, que debe ser Juan Luis y hasta con Díaz Casanueva se encuentra uno). ¿Cómo va a ser cosa de que me maltraten por insistir? Quizá me demore muchísimo, quizá necesite un equipo grande de asociados y auxiliares, pero tiene que ser posible. Tenemos que poder meter juntos las fechas de la invasión de esto donde vivimos (con eso se puede intentar entender lo de las surescrituras, porque este sur parece ser el nuestro, por el huemul ese, que aparece y reaparece por las páginas) y poetas que escribieron en alemán o en francés, y encontrarle una explicación que reduzca a esa endemoniada mula que suele acompañar al huemul, y hallarle un sentido disponible, ¡cara de ajens!, uno solo, por donde también nos debe ser posible decidir si “en saya” es un puro chistín resoluble que junta la saya quechua con la saya española y se burla con la joda de que si leo en alta voz “en saya” viene de “ensayar”. Tengo que poder hacer todo esto. No me lo pueden prohibir. ¿Qué requetecontras hago si se me juntan los lenguajes, y las regiones y las culturas, y poetas varios, y la historia de nuestros sures (¡tan poco importantes, Gott im Himmel!) y sus tristes, pobrecitos onces de septiembre con los onces que realmente valen y señorean, y God forbid, hasta quizá con las once de las tardes infantiles? Y agréguele a este maremagnum todo lo que quiera. Está la sintaxis, señor, y la distinción, señor, yo insisto, entre lenguaje escrito (li-te-ra-tu-ra que se llama) y lenguaje oral. ¿Qué hacemos si yo dejo de insistir? ¿Qué pasa si me invitan a dar una conferencia a un curso de alumnos graduados y vengo yo, y les salgo con que no hay límites que estén basados en la sacrosanta letra impresa y que desde ella acoten la realidad, le pongan límites buenos, que uno les pudiera mostrar a su papá y a su mamá y conseguir que le regalen una bicicleta, sino que los graduados deben admitir que se estén contraviniendo cosas tan sagradas? Se me deshace todo, se me deshace, y también se les deshace a los graduados. No se me puede pedir que no insista y aducir nada menos que “no tiene objeto”. Si no hay objeto en insistir en ponerle orden a este desgalichamiento de palabras sin fronteras ni jerarquías, se me deshace el mundo, y vea, su merced, que no puedo ni quiero vivir en un mundo donde las cosas no estén en sus anaqueles, un mundo donde nadie pueda decirme qué es arriba y qué es abajo, quién manda y quién está obligado por la decencia y la propia conveniencia a obedecer a sus mayores. No insista, señor Ajens, yo tengo que insistir. Si no insisto, hasta puede que a alguien le dé por hablar de igualdad, de real multiculturalidad, de verdadera democracia, de otros mundos posibles, y eso sí que no, señores, por ningún motivo. A mí, que no me jodan. Pero queda, señor, una joda final, digo, una esperanza final. Que con esto de no haber ni límites, ni jerarquías, ni fronteras lingüísticas, nos vamos acercando al silencio y cuando lo pienso, me acuerdo de que en alguna parte le leí a algún teólogo que el silencio es el lenguaje de Dios. Y entonces, ahí sí que sí. ¡Ahí te quiero ver! Volvemos al creador y a los “magister dixit” y a la más alarmante dialéctica y a los fundamentalismos. Y entonces, en nombre del silencioso absoluto, nos largamos todos a los escupos, y los peñascazos y los bombazos. Es decir, volvemos al pleno siglo XXI. Parece que en serio tengo que insistir. Lo malo es que no sé en qué dirección.


Firmado: Un Casi Ilustre Ex Académico

[No presentación leída en el Café Bar El Perseguidor, en Santiago, el jueves 17 de junio del 2004, por un amigo del “casi ilustre ex académico”, hallándose éste último aquejado de un mal súbito e imponderable. Jorge Guzmán es escritor].

NO TEXTO DE UNA ANTIPRESENTACIÓN

por Martín Hoppenhayn


Nada más paradójico que al babélico multilenguado y translenguado Ajens Andreso le dé por presentar un libro impresentable. Si desde que gira en torno al lenguaje, Ajenjo porfía en desarmarlo para desintoxicarlo y que en sus vestigios por fin circule el oxígeno de significantes no domesticados, digo, si Andrés es anti-canónico casi por tautología, qué hacemos entonces ahora embaucados en este recurrente ritual de los lanzamientos, concurriendo ceremonialmente a esta escena en que es tan improbable, visto desde la propia logística ajénsica, que algo se AAAAAAABRAAAAA.

Flaco favor le haría a quien borra la huella de toda posible traducción, colocarlo en el común denominador de los adjetivos de ocasión: excelsa obra, ubérrima originalidad, poeta irreductible, notable violencia del lenguaje, finalmente una voz final. Sería como quien mea el asado pensando que atiza la parrilla. No míster, no chingarás el verbo de tu prójimo. La alternativa podría ser, entonces un anti-lanzamiento, yo un anti-presentador, aunque no sé exactamente de qué se trataría dado que la vida me ha convertido en un perfecto presentador. Supongo que para ello tendría yo que poner lo más irreverente de mí a fin de hacer de esto una parodia de esto mismo, encarnar en mi rol de presentador, el reflejo o reverso del deslenguado mezclador de códigos, en fin, abrir el protocolo. Cómo no sé hacerlo, lo haré.

De puro terco no más insistiré, carajo, con la trama astral y el trauma austral (parafraseo al vate, no crean que este desliz es de mi autoría). Le sigo la pista y el baile al poeta y me lanzo a la imperfecta imposibilidad de reseñar lo que resiste reseñarse. Única opción, me digo. Pero primero habrá que mudar el pellejo, porque qué tiene que ver un oficial a cargo de la CEPAL con todo esto. Habrá que animalizarse e hibridizarse primero y recién entonces desentendámonos.

Probemos: lomo de mula y cabeza de huemul buscan partitura de huaino-rock para ejecutar esta pieza de presentación (Ajens, no hay respeto por la patria, hasta el huemul anda trasvestizado).

Entonces todo de nuevo. Estamos los presentadores y autores y amigos y otros que pasaban por ahí y tal vez de curiosos entraron y los críticos y un cierto porcentaje de aquellos que recibieron tarjeta de invitación -¿hubo tarjeta esta vez, es posible esa tarjeta, qué dirá la tarjeta que invita a la consagración de este texto que desconsagra todo lo que le salga al paso?-. Y entre el que escucha y el que habla, esta escritura políglota que nos convoca, desmontando en reverso el ovillo de la lengua unificada.

¿Por qué cómo negar que este poeta anda de asalto en asalto, en su pulseada vitalicia con el Logos, su duelo a vida con la palabra mentora, su mix feeling con el discurso, el relato, el blablabla. Es la paradoja misma, insisto, de estar convocados ante un texto desbocado (des-bocado, que ha perdido la boca como órgano lineal de modulación y entonces tiene que hablar las lenguas todas del cuerpo todo, tránsito del políglota al polimorfo).

Y como dice un crítico solapado (o sea, en la solapa del aquí mentado libro), estamos ante el más solitario de los poetas. Es cierto, tanta desestructuración no puede llevar compañía. Tal vez tampoco quiera. Pero curiosa paradoja, el más solitario tiene su coté más multitudinario. Bajo sus palabras que riñen con el sentido común, siempre son multitudes que gesticulan, pueblos que tropiezan y amalgaman a mitad de camino entre significante y sentido, en la página cuya escritura nunca es total, porque no hay totalidad cuando las paralelas se cruzan. No insista, carajo, no tiene objeto.

Multitudinario es su convulsa demografía, poeta de pueblos truncos que sólo sobreviven a fuerza de robarse o prestarse palabras unos a otros. No crisol de razas, nada de melting pot o mestizajes folklóricos o sincretismos dignos del día mundial de la diversidad cultural. Más bien quiltraje intersticial, delirio políglota que habla en el filo y en la mezcla a la vez. Boliviano alemán, surdestino y manchego, huemúlico y múlico, cruza monstruosa, animalejo de contrabando, chupacabras de la honorable gramática española.. Sincrédulo, jamás sincrético. No olvidemos: no se trata de enriquecer al sujeto con otro alfabeto sino borrar su huella, retornarlo a su futuro anterior, rudimentarizarlo para sacarle su aullido primordial (nunca esencial).

Nada queda en consecuencia para predicar del susodicho. En vano, pues, buscar tras la firma de Ajens el autor de estas páginas que borran su autoría. La onomatopeya multilingüe no remitirá a autor alguno. Poesía al revés: el hablante lírico es un gran hoyo, un remanente de la cruza de lenguas, un exabrupto que sólo podemos inferir indirectamente desde este trans-significante.

Busquemos por otro lado. Posible elucubración para la ocasión: la poesía de Asenjo y la muerte del autor o la borradura del sujeto, loas al autor que deconstruye el logos a partir de un alfabeto libertario, irreductible, periférico y febril, mirad como pone en entredicho las pretensiones de la totalidad, como escenifica en la forma misma del lenguaje la rebelión del rito, por fin aquí el verbo que latinoamericaniza el decir en su mismo decir des-autor-izado. Sujeto plural que se multifurca y hace operar la desindentidad como triunfo provisorio sobre los saberes poderes. Singularización intensiva y plurilización expansiva. Descentramiento del verbo como no-lugar de auto producción posible. Descentramiento de la perspectiva, desplazamiento interpretativo que desnuda su objeto y por cuyo expediente se genera un plus disolutivo, golpe mortal a la metafísica de la identidad.

Sigo conjeturando: delirio poético y autopoiético, hibridación pulsada hacia adentro y el afuera, brecha insoluble que se produce entre un Logos universal y su resonancia-disonancia interna, desajuste entre lo que la Palabra prescribe como correlato intelectual del mundo, y la respuesta disonante que el pensar de la carne produce, y mediante la cual frustra la pretensión de la palabra. Sí señores, asistimos finalmente al lugar de confrontación entre la carne y la ley, y ahora, ¿quién caerá primero a la lona?

Valen las conjeturas: si aquí estoy en el lugar del lector-presentador, no me queda otra que interpretar, contextualizar, ¿pero y qué? No vamos a domesticar esta cuerda tensa del lenguaje con la retórica de los estudios culturales o poscoloniales o de subalternidad: ulalacette démarchecritique radicale de la domination enraciné au coeur du langage. Pero por ese lado estamos perdidos: otra vez estaríamos remitiendo la violencia del léxico al pataleo contra el capital. Mejor seguir a Ajens en su propia porfía, tratar de no tocar las cosas con las cosas. Mejor seguir discurseándose a propósito de este texto poético que no, que casi, que iba pero no fue, que parecía que construía pero qué, que abra el abra y abra el abra, afroaaymara y rucasa y roza aguayo y translucina.

Te diré, Andrés, una cosa por otra. De puro empatarte no más (porque en el empate está el verbo, el otro verbo). O simularlo cuando menos, cosa que esto no parezca la presentación que igual es. De puro desacato poético, licencia poética, aborto poético y larva poética que no quiere madurar, no pretende mas-durar. Sé Ajens que no te dejas domesticar, de saltarín nomás, de gnomo sin remedio. Pero no me engañas haciendo pasar tu diatriba por bufonada. Por lo mismo, seguiré dando vuelta sin penetrar en la esencia de tu sustancia mesma, eludiendo tu elusión, redundándote en este eterno retorno del descosimiento del mundo al que aspiras en tu coté de futuro anterior.

Sigamos entonces. ¿Con que perdiste la poesí a los 43? Asunto por verse, Ajens. Astuto por verse. Por milado te sigo leyendo a trancazos, a bastonazos, a postones, a bototos, a chicotes y ráfagas, a baile de culebra y golpes de cajón, a Times New Roman y piedra roseta, a naranjazo y charangazo. Si no te conociera diría que está loco. Como te conozco, puedo decirlo: estás loco. Más aún si la locura está en vivirse de verdad los personajes que las lenguas van materializando, dentro y fuera de la pantalla, en la escritura y en la escrivida. Alquimia en que se funden las razas dentro del propio cráneo exterior, porque al final de eso se trata la poesía, no?: en lugar de la metáfora como cruce de lo heterogéneo, como divergencia de líneas de pensamiento que se crisma, el poliglotismo. En lugar de la tensión intra-lenguaje, la fricción interlenguaje. Se non è vero è ben trovato. Mulas con cabeza de huemul. A la mejor usanza de Monsieur Antonin Artaud, el deslenguado oficial de este juego de máscaras. (¿No es eso al final, un juego de máscaras, vale decir, de personas, no tanto un poliglotismo como una multitud de personajes dentro de uno, un baile desguayangado en su desfile de geitos, de modulaciones, de esqueletos?).

De Artaud, à propos: “sufro que el Espíritu no esté en la vida y que la vida no esté en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del Espíritu-traducción, o del Espíritu-intimidación-de-las-cosas para hacerlas entrar en el Espíritu”. Porque no hay desempate, hay tensión poética: Artaud, encore: “En el bullicio inmediato de la mente hay una inserción multiforme y brillante de bestias. Esa polvareda insensible y pensante se ordena según leyes que saca de su propio interior, al margen de la razón clara y de la conciencia o razón traspasada”.

Ajens, aquí me chanto (icije me chant). Descumpliendo mi rol de presentador, dicen. A lo Sinatra pero sin atrio: a tu manera. Salud.

 

[No texto leído en el Café Bar El Perseguidor, en Santiago, el jueves 17 de junio del 2004. Martín Hopenhayn es escritor].

No insista, carajo

por Carolina Tohá


Conocí a un Andrés Ajenjo, como hace 20 años, o más, y parece que es el mismo Andrés Ajens que escribió este curioso libro. Es el mismo pero no es igual, por eso mutó su nombre, según él: para mostrar que uno no es la misma persona, para contradecir a aquellos que se vanaglorian de seguir siendo como antes, de no mudar, a pesar de las vueltas y revueltas de la vida.

Andrés escribió este curioso libro, decía, compuesto por des palabras y que habla, si no me equivoco, de la tormentosa identidad de un lugar llamado Andes, que a nosotros nos evoca una Cordillera pero al autor parece significarle otra cosa: un lugar con una fuerza latente que las tragedias de la historia y de los hombres y mujeres no han dejado ver.

Andrés es un andinista, pero no de los que practican deporte de montaña, por cierto, y evidentemente, sino de los que se enamoraron y descubrieron lo único, lo especialísimo, de esa mixtura que se produjo allí, entre la Codillera y el norte, que en realidad es un sur, entre Bolivia, Chile y Perú.

Decidió mirar Chile desde ahí, y mirar a su alrededor, y este libro parece ser el lenguaje que surge cuando se ven así las cosas: es irritante, exasperante, es plurilingüe, hace referencia a una cultura híbrida que no sabe ella misma de su existencia.

Por ahí por la tercera lectura uno se resigna y empieza a pensar que por algo Andrés escribió de esta manera. Como queriendo decir que hay una mirada o, más bien, un ser a quien la lengua no le da cabida, y que visitado desde nuestra conversación habitual, desde nuestros lugares comunes y nuestro lenguaje cotidiano es incomprensible, es pobre y sólo es tormentoso.

No digamos que la escritura de Andrés hace esto menos tormentoso. Pero sin duda deja ver otras cosas, no sólo la desgracia, sino también la gracia que oculta, sus referentes y su identidad, su fuerza, el valor misterioso del engendro cultural que rodea nuestras fronteras, hacia adentro y hacia fuera.

Su huemul mula, uno no sabe si es un animal que nace del mestizaje de nuestros huemules y la bolivianas mulas, o si es un huemul un poco mula porque transita por su historia sin entender quién es y de qué está hecho.

Su memorianticipancia es la mejor síntesis que nunca he escuchado acerca de cómo la historia prefigura el futuro, y sus continuidades y quiebres suceden en nuestra mente, muchas veces a pesar nuestro, como una mezcla entre la identidad y el deseo, el recuerdo y el sueño. Esta memorianticipancia es algo más que la memoria colectiva, que la idiosincrasia, y que la historia. Es lo que queda cuando sacamos todo eso. El alma de esta parte del mundo.

La VECINDANCIA parece ser la palabra a ser descubierta, que no es lo mismo que la buena vecindad, que la diplomacia o que la cooperación, palabras que suenan tan rígidas y vacías después de leer 15 veces este texto. La vecindancia es algo así como saber ser junto a otro que se nos parece demasiado para ser tan distinto. Es algo así como tomarle el gusto a las fronteras, y descubrir que en ellas pasa muchas veces lo más interesante que hay para encontrar en esta vida.

Participé hace pocos días en una conversación larga con un personaje peculiar de lo que se ha dado en llamar la Generación de los ’80. Su nombre es Beltrán Mena y es el fundador del periódico Noreste. El decía, entre tantas otras cosas, que lo mejor de la vida son las fronteras, que nada es más aburrido y errado que intentar eliminarlas y unirnos todos como una sola voz. Mena decía que de ese encuentro y ambigüedad, de la rareza y el desconcierto que generan las fronteras han surgido las mejores ideas, creaciones, personajes, inventos que conoce la humanidad. ¿Por qué no habría de ser así en estas fronteras nuestras tan miradas en menos?. Sin decirlo, eso dice también Andrés.

Lo suyo es una crítica política pero no es una crítica a la política nomás, no les deja a ustedes ni siquiera esa tranquilidad, porque es la cultura y el lenguaje el blanco hacia donde nos dispara. El libro de Andrés nos trata como un pueblo sin Dios. Sin NUESTRO DIOS. Y lo dice una creyente sin culpa ni arrepentimiento.

Cuántos cambios ha vivido Andrés para escribir este libro. Cuántos tendremos que vivir nosotros para leerlo, realmente.

Como parece que en este texto hay varias vidas (de Andrés) creo que cada vez que lo leamos podremos descubrir una nueva.

Gracias Andrés por tu libro.

Gracias por pedirme que lo presentara, si no, no lo habría leído 15 veces sino 3, y no me hubiera detenido como me detuve. Ojalá ustedes puedan hacer lo mismo y darse ese tiempo. No se arrepentirán.

 

[Texto leído en el Café Bar El Perseguidor, en Santiago, el jueves 17 de junio del 2004. Carolina Tohá es diputada de la chilena República].

La poesía, insisto
por Silvio Mattoni

Andrés Ajens nos ofrece una trama astral del sur, donde el chorreo de las iluminaciones en el cielo abunda y deja atrás las parcas figuras del zodíaco griego. Y aun de esas constelaciones que Mallarmé veía, mudas, sobre las cabezas de los obreros analfabetos y que sin embargo brillaban, o brillarían también para ellos sólo con que tuvieran un descanso y pudieran alzar la vista.
Y precisamente, el viejo golpe de dados de Mallarmé viene a mostrarnos otra vez sus ecos de novedad, porque percibo inmediatamente el parentesco gráfico de este carajo de Ajens con aquella jugada que rompía el verso simbolista y la unidad misma del poema como discurso. Ideas, entonces, consteladas en el espacio de una página ya no blanca y con notas de negro esparcidas, sino satinada y manchada de letras color borravino, azules, grises de máquina, negras de pluma, color verde musgo.
Pero no solamente las ideas van a desmenuzar aquí la frase, la gramática de un sentido, sino que además el mismo idioma en que se escriben estos mapas o fragmentos de partituras atonales resultará desarticulado. Etimologías aborígenes de términos adoptados por un castellano híbrido, reflejos de francés, descomposición de palabras, neologismos, todo se orquesta para que nadie diga y sin embargo una voz parezca exclamar: “como que me está hallando un // estallido”.

Nadie lanza los dados, de golpe el dibujo mismo de las piezas en el paño o tablero o papel se encuentra desarmado.

¿Deberé observar el libro que se reproduce allí, la imagen sin palabras, con una mancha roja entre sus páginas abiertas, chorro de sangre, en un suelo imposible? Al final, los apéndices del libro muestran el cuadro completo, pero el enigma crece. ¿Qué quiere decir todo esto? Pregunta mallarmeana ante unos árboles o el cielo. Probablemente que “sólo la infancia abre campo”, como se lee en un fragmento último de este “trauma austral”. Es decir: no existe un maestro que domine el campo del poema, porque ya no hay poema como tal, ni siquiera una conciencia que intentaría darle unidad a las formas que el azar ofrece. ¿Y cómo decir entonces que se trata de azar? ¿A qué necesidad, a qué orden se podría oponer?
Todo es igualmente necesario y accidental, se pierde lo que no se tiene, y cualquier pérdida parece mejor que creer en lo ganado. Por eso, creo, el rechazo a la insistencia de Ajens habla y no habla de la imposibilidad de escribir sin más, sin que nada se gane, ninguna obra se atesore para su monumento o su tumba.

Si fuera un fármaco, llamado “ajens” y con lejanos orígenes en el ajenjo que tomaban Rimbaud y Verlaine, diría que tenemos un antídoto contra la personalidad monumental de los así llamados grandes poetas, una poderosa sustancia disolvente que ahora viene en píldoras de colores y envuelto en un atractivo envase de poesía visual. Es una pieza gráfica y conceptual, pero también es música de la musa personal.

Córdoba, 30 de mayo de 2004

insisto

Y sin embargo, tras una demora inesperada, pienso de nuevo el libro de Andrés, insisto en él. A pesar de todo, hay alguien ahí, eligiendo los tonos, las grafías, buscando esas citas secretas que al final se revelan a medias. ¿Debo creer que es aquél, desautorizado de sí mismo, que hace un poema último, a destiempo, con versos de 13 sílabas? Al perder así la poesía, ¿no ha ganado ese orgullo que ostentaba una frase de Rousseau, tan lírico en sus Confesiones? ‘Emprendo una tarea que nunca ha tenido un modelo y cuya ejecución no tendrá imitadores’. Perder lo que no se tiene es ganar lo que no puede tenerse: escribir sin más. (leer el poema). ¿Habrá una huella que escande el tiempo en este ritmo desplegado en el fondo del libro de Ajens? ¿Y no será todo el libro una versión “orquestada” de esa pérdida y una celebración del presente y del futuro? Porque además la trama astral señala una canción de cuna, un destino dedicado al ritmo de lo nuevo, a los nuevos seres que habrán de descubrir un día que ya perdieron lo que nunca han tenido, pero cuyo sueño o imagen los impulsa, es decir, un nombre. Sólo la infancia abre campo, leemos, a la proximidad y a la posible liberación de una máscara que por mucho tiempo usurpó el lugar del hablante, en su endeble trono de poeta como persona primera. Pero sucede que “yo”, ese monosílabo sin referente, es la última palabra que se aprende y es la puerta que se cierra o el libro que se termina. Aquí y ahora, en cambio, no hay sino extensión, altiplanicie, traumas que se evaporan en la inmensidad austral.

[Córdoba, 2 de julio, 2004]

[Texto leído en el Centro de Arte DocumentA/Escénicas, en Córdoba, el viernes 2 de julio del 2004. Silvio Mattoni es cordobés escritor y traductor].

Desandranzas de Andrés en los Andres

por Cé Mendizábal


Los escribaños y escribenios que hemos adoptado la ortodoxia del lenguaje para ir por el universo en pos de un lector, en búsqueda de hacernos entender, empeñando en esto buena parte de nuestras fuerzas a fin de lograr cierta claridad y otras solemnidades, acometemos tareas que, bondadosamente, se conocen como significantes.

Nuestra afán, nuestro trasvase, nuestra interpretación de la realidad se sirven de un instrumental muy concreto. Para el caso que me ocupa, las palabras, el verbo… la gramática misma. Urdimos así un tapiz que se pretende sea leído de cada lado para ofrecer facetas distintas, tan tentadoras como alienantes, pero de cualquier modo sujetas, amarradas diría, a la susodicha ortodoxia.

Andrés Ajens, bolichilenandino para mayores señas, bolichilenandino de oficio pero sobre todo de vocación, viene de una tierra que ya hace muchas décadas parió un poeta que practicó saltos y vuelos entre los entreveros del lenguaje: Vicente Huidobro. De Vicente Huidobro, otro chileno grande, Roberto Bolaño, decía que le fatigaba tanto paracaídas. Menciono este detalle del paracaídas, porque ocurre que Andrés no sólo vuelve a incurrir en aquello de poner el tablero patas arriba, sino que se arroja al hueco sin paracaídas ni paraguas, sin preguntarse si habrá red, o si abajo, en línea recta con su cabeza, pudiera estarle aguardando un pedregón con su nombre escrito en el lomo. O tal vez un vacío imponderable. O quizá, como me parece, la luminosidad de un universo distinto. Mis imágenes son poco afortunadas. Acaso lo más adecuado sea decir que Andrés levanta con firmeza el pesado, arduo tejido del lenguaje y emprende ruta por su debajo sin temores ni aspavientos.

Creo que si la poesía ha de acometer nuevas tareas en este tiempo con tanto signo de finiquito, son éstas: las de vislumbrar en los fluidos elementales que dan lugar al lenguaje. Las de atisbar entre el humus que produce las palabras, los sentidos… y en lugar de huemules o mulas, reconocernos como huemulas. Por ahí, con facilidad no exenta de una alarma que nos delata, podemos llegar a pensar y decir que el vate ha enloquecido, cuando más real, vistas las cosas desde estos ámbitos, es que más locos —en el vil sentido del término— estamos quienes hacemos un uso apenas instrumental de la lengua, a menudo sin inquirir por lo que oculta detrás, sin retirar de vez en cuando los lienzos lingüisticos para ver qué es lo que sucede.

En el zen existen unos ejercicios, los koan, que consisten en una suerte de juegos verbales a través de los cuales se busca fragmentar la lógica lingüística, con el supuesto objetivo de acceder a una supracomprensión de la realidad, a un estado más pleno. Aunque suene muy audaz, creo que esta desandranza de Andrés en los Andres, hace algo parecido. Pero he aquí que el propio poeta viene en mi rescate con el mero título de su libro: “No insista, carajo”.

 

[Texto no leído en el Café-Bar Bocaisapo, La Paz, Bolivia, el jueves 19 de agosto del 2004, durante una navegada lectura del susodicho Carajo, con palabras introductorias del poeta Rubén Vargas. Cé Mendizábal es escritor en Oruro nato].

El tambor mayor, Andrés Ajens et al.
por Juan Carlos Ramiro Quiroga

1. Con Un coup de dés jamais n’abolira le hasard (1897) de Mallarmé empezó la emergencia de un agujero negro en la escritura poética. Un golpe de dados… (en su traducción al español) es un largo poema de versos libres y tipografía revolucionaria que constituye la declaración trágica de la imposibilidad de escribir la obra o el libro de libros.

2. Un Coup de dés… fue también la explosión de una estrella. Vimos el 10% de la luminosidad y hasta fugacidad de esos fragmentos que se perdían en el cielo raso de la página blanca (90% invisibles). Los signos en rotación mallarmianos que tuvo en Octavio Paz no solamente a un nigromante, sino a un seguidor visionario.

3. Los agujeros negros pueden formarse durante la dispersión del lenguaje. Precisamente ahí surge No insista, carajo. Tra(u)ma a(u)stral (Santiago de Chile, 2003), un oscurísimo poema elaborado por Andrés Ajens (1961) y otros poetas, que fue presentado en la ciudad de La Paz, a inicios de 2004, en el bar Bocaisapo de la calleja Jaén.

4. ¿Quién es Andrés Ajens? Un poeta visionario de Concepción, Chile, que encalló en La Paz a mediados de los años 90. No sólo congenió con los principales personajes de la vida literaria boliviana, sino que se enamoró de la cultura milenaria como es el aymara, que aún estudia e impulsa su conocimiento a través una ventana en la Internet, con el apoyo de lingüistas bolivianos.

5. Medio políglota y lector de libros no paró hasta que una veintena de escritores bolivianos y chilenos se encontraran en varias oportunidades en Córdoba, La Paz y Andacollo. No contento con eso, Ajens publicó cuatro revistas literarias, un diario y plaquettes, aparte de Intemperie Ediciones que edita libros de Paul Celan, J. L. Martínez y Jaime Saenz.

6. Obra abierta y abordable desde cualquier lectura. No insista, carajo,… no es un antes ni un después del lenguaje poético. No es el habla primigenia de la creación ni el lenguaje proscrito del destierro, sino la emergencia de la ausencia del lenguaje. Un agujero negro entre la luminosidad y el silencio (90% de materia negra o palabra invisible).

7. Lo importante en No insista, carajo,… no es la trama de lo que está ahí desarmado o mal armado, sino el entrevero entre una palabra y otro palabra. Ese silencio o esa “ígnea imantación” es lo fascinante, no la nebulosa de hilachas de Celan, Verlaine, Mouré, Mallarmé, Martínez, Díaz-Casanueva, Borda, Mistral, Joyce, Gomringer, entre otros.

8. En No insista, carajo,…hay una lengua en ruinas, incomunicable, fracturada. “Trama y trauma”, dice su autor. Trama por las innumerables voces literarias que atraviesan y entrecruzan sentidos caóticamente antes de ser absorbidas en el silencio. Trauma por el agujero negro que deja “antes del antes y del después, en un cuándo sin dónde ni nombre”, como el ojo del cíclope que ha perdido la luz del universo.

9. No obstante, No insista, carajo,…es una doble celebración extremista a los postulados poéticos de Un coup de dés… de Mallarmé y también, aunque su autor no lo quiera, a los principios literarios de The Waste Land de T. S. Eliot. Es decir, Andrés Ajens y et al han transparentado un nuevo circuito poético flanqueado por La Nueva Novela de Juan Luis Martínez.

10. No insista, carajo,…es la celebración personal de un poeta chileno al tejido cuadrangular que hacen Bolivia y Chile, inscripción y rasgadura de un Andes Aparecido o de un mar que tarde o temprano convertirá a ambos países en marejada de la historia medular de América Latina.

11. Dentro de este marco, No insista, carajo,…es un guiño, casi una respuesta de Chile a Bolivia, a su célebre disputa marítima y a su incisiva frase histórica que acaso fue pronunciada por el héroe de Calama, Eduardo Abaroa, cuando los invasores chilenos e ingleses arrebataron las costas nacionales: Rendirme yo, que se rinda su abuela carajo.


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